La que parecía una tregua política y social en España al declarar el Gobierno el estado de alarma ha saltado por los aires estos últimos días. Después de una semana de confinamiento se han caldeado los ánimos y han empezado a surgir los bulos, la información partidista sesgada y la desinformación, en particular en las redes sociales. Me temo, sin embargo, que faltan perspectivas y referentes, así como información contrastada para realizar un análisis serio.
A mi juicio la valoración de la reacción del gobierno a la crisis del coronavirus ha de basarse en la respuesta a las tres preguntas siguientes: 1. ¿Cómo ha reaccionado el Gobierno español a la hora de frenar la expansión del virus en comparación con la reacción de los gobiernos de otros países, en particular occidentales o europeos? 2. ¿Cómo habría reaccionado otro Gobierno de otro signo político? 3. ¿Las medidas económicas adoptadas son las más adecuadas?
Para hacer una valoración justa de estas medidas, tendrán que pasar meses y probablemente años. Estamos ante una situación insólita, solamente comparable en gravedad a las dos guerras mundiales y a las dos grandes crisis económicas, pero a la vez única. Nunca en la historia moderna la economía mundial se ha detenido de forma tan brusca y sincronizada, con todas las consecuencias que eso acarreará. Todas las medidas que se toman estos días se hacen a oscuras, sin precedentes a los que agarrarse y sin saber las consecuencias. Solo con el paso del tiempo, y cuando surjan estudios y análisis comparativos exhaustivos, así como comisiones de investigación independientes, seremos capaces de distinguir si las respuestas a estas crisis fueron las adecuadas.
1.
Con respecto a la primera pregunta, empecemos por poner la respuesta de España en perspectiva. Por razones de espacio, no hablaré de las medidas en los países asiáticos. Corea del Sur y Taiwán han sido los dos países con más éxito en contener el coronavirus, y merecen un análisis aparte. En Europa, sin embargo, y también Estados Unidos, gobiernos de diversas ideologías políticas han respondido tarde a la emergencia. Italia es el único gobierno cuya tardanza es más comprensible por haber sido el primero en enfrentarse a la emergencia. Teniendo en cuenta el ejemplo de la grave evolución de la situación en Italia, los demás gobiernos tendrían que haber reaccionado con más premura.
Comparemos las medidas de cuarenta que se han puesto en marcha las economías más importantes de la UE para frenar el avance del virus. Italia impuso su cuarentena nacional el 9 de marzo. En ese momento, tenía 9.172 casos confirmados y 463 fallecidos. España lo impuso el 14 de marzo, con 6.391 casos y 195 muertos. Francia la anunció el día 16 de marzo con 6.698 casos y 148 muertos. Alemania, con más de 22.000 casos, pero menor mortalidad, todavía no ha impuesto a día de hoy una medida general de cuarentena nacional, aunque sí ha cerrado lugares públicos.
Los casos de Reino Unido y Estados Unidos han sido polémicos por su inmovilismo. El primer ministro británico Boris Johnson anunció el jueves 12 de marzo, cuando los casos ya se descontrolaban en España e Italia, que no tomarían ninguna medida por el momento, confiando en que una dinámica de “contagio controlado” llevaría a una “inmunidad de grupo”. Tras una oleada de críticas de científicos, y al salir un informe de epidemiólogos del prestigioso Imperial College of London advirtiendo de que la estrategia conllevaría 260.000 muertos en el Reino Unido, Johnson rectificó unos días más tarde. El lunes 16 pidió a los ciudadanos que respetasen el distanciamiento social; el viernes 20 de marzo anunció el Gobierno que cerraba bares, restaurantes y gimnasios; y ya el lunes 23 de marzo anunció medidas de cuarentena nacional, cuando las estadísticas marcaban ya 335 muertos.
En Estados Unidos, Trump, con su retórica habitual, negó durante semanas que la pandemia fuese una realidad, llegando a afirmar que era un bulo de los demócratas para ganar las elecciones presidenciales. Dos escándalos han sacudido la respuesta de Estados Unidos. El primero es que la administración Trump desmanteló en 2018 una agencia dedicada al control de pandemias. El segundo fue que el gobierno estadounidense rechazó el kit de pruebas de la OMS, y se empeñó en utilizar uno made in USA, que resultó tener un fallo de fabricación e impidió hacer un número elevado de pruebas durante varios días. A fecha de 19 de marzo, Estados Unidos no había superado el umbral de las 40.000 pruebas, una ratio de 2 pruebas por millón de habitantes. En comparación, Italia y Alemania, superan la ratio de 3.000 por millón de habitantes, y Corea, el ejemplo a seguir, roza los 6000. Es cierto que España a 15 de marzo efectuaba 642 pruebas por millón de habitantes, una ratio demasiado baja.
Aunque España fue relativamente rápida en aplicar medidas de cuarentena a nivel nacional, en retrospectiva, y vista la magnitud del problema, es fácil darse cuenta de que fue un grave error no responder antes y empezar a cancelar eventos y aplicar medidas de distanciamiento social ya a principios de marzo. También es preciso un análisis más exhaustivo de las medidas tomadas por todos los países a lo largo del mes de febrero.
II.
La segunda pregunta – ¿cómo habría reaccionado un gobierno de otro signo político en España? – es una pregunta a la que nunca se podrá responder con certeza. Pero a la luz de los acontecimientos y decisiones en los demás países del mundo, es muy probable que un gobierno de diferente signo político hubiera actuado de forma bastante similar.
El gran dilema al que se han enfrentado las economías es que para frenar la progresión del virus y salvar vidas, es necesario parar la economía de un país. Eso conlleva un altísimo precio, y precisamente por eso todos los gobiernos que han tenido que tomar la decisión han tardado tiempo en reaccionar, han tenido dudas y finalmente han tenido que decidir por cuánto tiempo y hasta qué punto confinar a la población y parar la economía.
Casi todas han sido medidas ad hoc, es decir, reactivas ante los acontecimientos diarios. Es relativamente fácil hacer juicios de valor a posteriori, pero hay que valorar también la realidad del momento y del contexto en el que hubo que adoptar las decisiones.
III.
Sobre la tercera pregunta – ¿son las medidas económicas que se han tomado las adecuadas? – conviene dejar de lado las cuestiones científicas y epidemiológicas y centrarse en las respuestas económicas y políticas que han acompañado a las respuestas sanitarias.
Si bien es cierto que las respuestas de los gobiernos han sido lentas, el contexto mundial en el que ocurre la toma de decisiones también importa. Las reglas del juego de la economía y de algunas instituciones internacionales han retrasado las respuestas de los gobiernos a la espera de una coordinación y cooperación internacional que está tardando en llegar.
Hay que evaluar tanto las respuestas y su rapidez, como el contexto general en el que tienen lugar, y determinados aspectos de esta pandemia son interesantes para evaluar el contexto en el que se está desarrollando.
El primero es que la sanidad general es una cuestión pública por naturaleza. Combatir una pandemia, es por definición, combatir un problema de sanidad pública, que requiere medidas públicas por parte de los Estados. Es más, el sistema de sanidad privada es en estos casos un lastre para la eficiencia de dicha respuesta: la prensa de EE.UU ha informado de cómo gente con síntomas y sin seguro médico privado no se hace las pruebas por no poder costearse los casi 3000 dólares que costaban hasta que el gobierno decidió hacerlas gratuitamente. Es un ejemplo claro de cómo la sanidad privada incentiva un comportamiento individual que repercute negativamente en la salud de toda la sociedad.
Los que critican hoy las respuestas del Gobierno de España obvian que la alternativa política es la que ha ido recortando la sanidad pública durante años. Los recortes y las privatizaciones han dejado a los hospitales con menos recursos y menos camas. España tiene 3 camas de hospital por 1000 habitantes. En comparación, Alemania tiene 8,3, Francia 6,5 e Italia 3,4, con Inglaterra y Estados Unidos incluso por debajo de España. A estos datos hay que sumarle la pérdida de miles de puestos de trabajo y de camas en la sanidad pública española desde el año 2011, y el estancamiento del gasto sanitario público, que lleva una década sin alcanzar el 7% del PIB recomendado en los países avanzados por diversas organizaciones internacionales.
El segundo aspecto es que las medidas para paliar la crisis económica que conllevará el parón de las economías son marcadamente progresistas. Políticos y economistas de todos los colores políticos piden que sean los gobiernos los que hagan frente a esta situación, sacando músculo económico para encajar el choque y la artillería pesada para calmar a los mercados, pero sobre todo para proteger a los ciudadanos y las empresas.
Por poner un ejemplo significativo, ahora que toda una generación de españoles se está familiarizando con el concepto de ERTE: ¿qué es el ERTE sino la garantía por parte del Estado de que se hará cargo del sueldo de los trabajadores, para protegerlos a ellos y no hundir a las empresas? Incluso los políticos y economistas neoliberales más defensores de un rol mínimo del Estado y de la autorregulación ahora piden y defienden una acción prácticamente ilimitada del Estado.
Incluso en países como Inglaterra, gobernados por los conservadores, y Estados Unidos, con una mayoría republicana en el Senado y un presidente republicano, han tenido que emplear medidas de choque para paliar el impacto económico. El Gobierno de Johnson ha prometido pagar el 80% de los sueldos de los trabajadores que vean su empleo suspendido en las próximas semanas; Trump y los republicanos en el Senado han propuesto una paga de 1.200 dólares por parte del Gobierno a todos los americanos confinados en sus casas. Es lo que viene a ser una renta básica universal durante estos meses de confinamiento.
La respuesta del Gobierno de España ha sido similar a la de los demás países europeos: el Gobierno ha flexibilizado el mecanismo de los ERTEs, facilitando que los trabajadores no pierdan meses de paro; ha suspendido el techo de gasto de los ayuntamientos, permitiendo que estos utilicen sus superávits para paliar la crisis; ha aprobado una moratoria sobre el pago de hipotecas; ha avalado préstamos bancarios a empresas para que el crédito no se seque. Si acaso, se podría criticar que no hayan tomado todavía incluso medidas más progresistas y necesarias, como por ejemplo una moratoria en el pago de alquileres a grandes propietarios o una renta básica. A la hora de terminar este artículo, el gobierno lo estaba debatiendo.
También conviene recordar que estas decisiones implican un déficit público enorme, y que con el mecanismo de estabilidad presupuestaria de la Unión Europea, los países no pueden incurrir en déficits que superen el 3% del PIB sin exponerse a multas financieras. Hasta que la Comisión Europea no dejó entrever la suspensión del mecanismo, la mayoría de los Gobiernos fueron reticentes a la hora de tomas medidas drásticas. Por otra parte, el hecho de compartir una moneda única y un Banco Central con los demás países de la Eurozona implica que hace falta un alto grado de coordinación con los demás países y el Banco Central para evitar una crisis de deuda cuando acabe la pandemia. De ahí las negociaciones y declaraciones de los líderes europeos en los últimos días, así como los retrasos que eso implica en las respuestas políticas
En definitiva, la pandemia está demostrando que para lidiar con la crisis económica que acompañará a la sanitaria, los gobiernos están tomando, y tendrán que seguir haciéndolo, decisiones concertadas y marcadamente progresistas. Muchas de las premisas del neoliberalismo más extremo se han visto desautorizadas tanto en lo económico como en lo social. Sirva como ejemplo que en España e Italia, el cambio de paradigma en la actuación colectiva fue cuando la mayoría de la población tomó conciencia de que muchas de las medidas de confinamiento se tomaban no solo para proteger al individuo aisladamente sino también para proteger a toda la sociedad en su conjunto.
Ojalá este artículo sirva para hacer reflexionar y darnos cuenta de que esta pandemia es una cuestión de Estado, de Estados incluso, y que mantener una sociedad unida y solidaria es fundamental para salir adelante. No se va a ganar nada con cálculos partidistas o juzgando con frivolidad la respuesta a esta crisis histórica sin precedentes. Ganaremos todos y mucho, demostrando nuestra solidaridad, sobre todo con los que más la necesitan, pues la economía mundial se adentra irremisiblemente en terreno desconocido, y nadie sabe por cuánto tiempo.
No puedo sino sentir empatía hacia los líderes que se enfrentan a esta situación, sean del signo político que sean. Son personas que tienen que tomar decisiones difíciles que afectan a millones de sus conciudadanos. No debe ser fácil ser el responsable de un país y ver que miles de ciudadanos mueren, y millones se ven abocados a la precariedad como consecuencia de un parón obligatorio de la economía.
En conclusión, llegará el momento de analizar la respuesta política a la crisis del coronavirus y sus consecuencias a corto, medio y largo plazo en todos los frentes: económico, sanitario, social, psicológico, etc. y extraer lecciones. Quizá entonces se llegue a la conclusión de que los gobiernos hubieran tenido que actuar con más premura. Es fácil a posteriori ver que hubiera habido que tomar algunas medidas mucho antes, pero los gobiernos toman decisiones muy importantes que afectan a todos y cuyas consecuencias hay que sopesar antes de tomarlas. Creo de todas formas que la salida de esta crisis conllevará medidas políticas y económicas resueltamente progresistas y expansionistas y que solo la solidaridad y responsabilidad de todos frenará la expansión del virus y mitigará las consecuencias económicas de la crisis.
© Mario Cuenda García