En nuestro segundo día en la Habana, nos toca visitar dos sitios importantes relacionados con la Revolución Cubana: el Museo de la Revolución y la Plaza de la Revolución. Empezamos por el primero. Como ya dije en el capítulo anterior, el Museo de la Revolución es en realidad el antiguo palacio presidencial. Imponente, construido con todo tipo de lujos, desde mármol o una sala de espejos que recuerda a la del Palacio de Versalles de París, contrasta con la pobreza de la Habana Vieja en el que está situado. Nada más entrar, una escalera de mármol nos lleva a los pisos superiores. Observándonos desde la altura, hay un busto de José Martí. A su lado, en la pared, unos agujeros de varios centímetros de diámetro. Parecen impactos de bala y así es. Un par de párrafos más abajo explicaré por qué todo el palacio está lleno de impactos de bala, ya que es uno de los episodios emblemáticos de la Revolución Cubana.
El museo en sí es una de las mayores atracciones de la Habana, para turistas que quieren saber más sobre la historia reciente de Cuba y la revolución o para frikis de la Revolución Cubana como yo. Las diferentes salas tienen abundante y detallada información sobre la Revolución y los periodos previo y posterior. Hay planos de batallas, documentos originales, manuscritos, pertenencias privadas y fotos inéditas. Huelga decir que disfruté como un crío. Eso sí, toda la información estaba adornada con un tono propagandístico, pero nada sorprendente. Se habla de ‘las fuerzas represoras de Batista’ así como ‘la sumisión del anterior gobierno al imperialismo yanqui’. Todos los pisos dan a un patio central, dónde una bandera cubana gigante está desplegada. En el centro del patio, vemos una clase de escuela primera. Todos los niños llevan su uniforme blanco y granate. Cantan y juegan debajo de la enorme bandera. Al cabo de unos minutos, se sientan todos en el suelo en círculo, y una adulta, seguramente la profesora, coge un micrófono y hace una pregunta: ‘¿Cuál es la fecha de nacimiento del Che Guevara?’ Varios niños levantan la mano y al final una alumna responde de forma correcta.
Tras visitar lar varias salas del museo, salimos por la puerta trasera del Palacio y llegamos al memorial Granma. Como dije en el otro capítulo, en medio del memorial, está el yate Granma. Este yate, comprado por Fidel Castro a un americano en México que lo había nombrado en honor a su abuela, cruzó el mar Caribe en 7 días en 1956 para desembarcar a 82 revolucionarios en la costa este de Cuba. Es un yate de tamaño normal, dónde caben cómodamente unas 15 personas. La travesía para 82 personas fue un infierno. Iban tan cargados que de hecho, un revolucionario preguntó nada más salir que cuando llegarían al barco principal, creyendo que solo era un barco de tránsito.
Alrededor del yate están expuestas muchas más máquinas de guerra, algunos muy impresionantes. Misiles soviéticos, aviones, tanques… Una muestra material de la Historia militar reciente de Cuba. Además, están expuestas como trofeos unas lanchas marinas utilizadas por las fuerzas invasoras durante el ataque a Playa Girón en 1961. El cartel explicativo contaba una anécdota curiosa y significativa. Estados Unidos financió y entrenó a grupos paramilitares para perpetrar el desembarco en la Bahía de Cochinos. John Fitzgerald Kennedy no quería una intervención americana directa. Sólo unos pocos efectivos americanos apoyarían el ataque para que este triunfase. Sin embargo, cuando la batalla ocurrió, el ejército cubano derribó un avión en territorio cubano con un americano a bordo. Estados Unidos tardó 18 años en reclamar el cuerpo, porque al hacerlo reconocía su implicación directa en el ataque.
Antes de entrar al Palacio otra vez, pasamos delante de la llama perpetua en honor a los caídos por la República Cubana. Una vez en el patio, vimos una vez más los impactos de bala. La historia es la siguiente. En 1958, mientras Fidel Castro practicaba la guerrilla en Sierra Maestra, otro movimiento insurgente existía en la Habana. Era el Directorio Revolucionario (DR), dirigido por el director de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU). Aunque aliados contra Batista, el DR no dependía de Fidel Castro y actuaba por su cuenta. El día 13 de marzo de ese año buscaron hacer su acción más espectacular, que resultó en un fiasco y casi en suicidio colectivo. A plena luz del día, una cincuentena de estudiantes armados hasta los dientes irrumpieron en el palacio y lo asaltaron. ¿Objetivo? Asesinar al dictador Fulgencio Batista. A punto estuvieron de lograrlo. Los impactos de bala atestiguan la dureza del choque. Lograron llegar hasta el despacho de Batista, pero este logró escapar por una puerta lateral que lleva a la cúpula del palacio dónde estaba la guarnición. Al final, Fulgencio Batista se salvó y la grandísima mayoría de los estudiantes fallecieron en el ataque, incluido José Antonio Echeverría.
El penúltimo lugar por el que pasamos antes de salir del palacio es el balcón presidencial. Semicircular e inmenso, domina el paseo que lleva al palacio. Al fondo, se ve el mar y las fortalezas españolas. Aquí hizo Fidel Castro varios discursos en el año 1959 cuando llegó a la Habana. El 28 de octubre de 1959, Camilo Cienfuegos, héroe de la revolución casi tan carismático como el propio Fidel, pronunció aquí también su último discurso. Esa misma tarde, cogió un avión hacia Camagüey, pero nunca llegó a su destino. Con 27 años, Camilo Cienfuegos no apareció nunca más. Hay varias hipótesis. Las malas lenguas acusan a Fidel Castro de haber ordenado su desaparición. Pero cualquier persona que lee un poco sobre la Revolución Cubana o la biografía de Fidel Castro sabrá que es una acusación sin fundamento. Las dos hipótesis más factibles son estas. Primero, que el avión, pilotado por un novato, cayese al mar en un tramo del viaje. Segundo, que las baterías anti-áreas cubanas disparasen al avión pensando que era un avión de sabotaje proveniente de Florida. Los datos concuerdan, porque ese día se declaró haber abatido un avión que tampoco apareció. Cuando la desaparición se hizo oficial, se hicieron batidas por toda la isla, lideradas por el propio Fidel Castro y secundadas por el pueblo, que adoraba a Camilo. Cincuenta y cinco años después, la desaparición de Camilo Cienfuegos sigue siendo motivo de misterio. Salimos al final, y en el último pasillo vemos el rincón de los cretinos. Salen caricaturizados Batista y presidentes americanos hostiles a Cuba (como George W. Bush o Ronald Reagan).
Volvemos a pasear por la Habana Vieja. Esta vez me fijo en la enorme cantidad de bustos de José Martí que hay por todas partes. Una amiga de mi madre nos recomendó un paladar llamados Mercaderes. Lo hallamos frente a la Casa Bolívar, dónde un día más, una delegación Venezolana recauda firmas con el hashtag #obamaderogaeldecretoya para derogar el decreto que Obama ha aprobado con respecto a su país. Subimos una escueta escalera, y llegamos a un saloncito donde varias parejas y familias de turistas comen, mientras un trío cubano acompaña a la guitarra, las maracas y la voz. Tras pasar un almuerzo muy agradable, se acerca un hombre y nos dice ser el dueño del paladar. Una vez más, el habernos oído hablar español, lo animó a acercarse. Charlamos unos momentos, y nos explica como reformó la casa para abrir el paladar. Nos señala un cuadrado en la pared diciendo: ‘antes, la casa estaba en ruinas’. Efectivamente, en medio de la pared reformada y bien pintada, había dejado un cuadrado sin tocar, para que los clientes pudiesen ver en qué ruinoso estado estaba la casa antes.
Obviamente, y aunque no lo haya escrito hasta ahora, todo lo que pagamos es en efectivo. No existen casi las tarjetas de débito o de crédito y ningún paladar, tienda o museo está equipado con terminales. Nos habían aconsejado cambiar cuanto más dinero posible en efectivo al llegar, porque una vez en La Habana sería difícil sacar dinero. Y efectivamente, hoy que ya empezamos a escasear, tenemos que pasear durante media hora, probando varios cajeros. Algunos no funcionan, otros te aceptan la operación pero no te dan el dinero en efectivo. Al final, conseguimos sacar un poco de dinero y seguimos callejeando por la Habana Vieja. Pasamos frente al Banco Nacional de Cuba. Está en una callejuela muy estrecha. Justo en la puerta, vemos una placa conmemorativa en honor al Che Guevara, que fue una vez gobernador central. Sí, probablemente fue el Gobernador de un banco central más curioso del mundo. Sorprendió a todos cuando se hizo cargo del banco en el año 1959, unos pocos meses después del triunfo de la Revolución. La anécdota popular reza que Fidel Castro, en un consejo de ministros preguntó: ‘¿Hay algún economista para ser gobernador?’ A lo cual el ‘Che’ Guevara levantó la mano, ¡creyendo que habían preguntado por un comunista! Claramente, la anécdota no refleja la realidad pero si muestra la sorpresa que supuso que una persona como el Che fuese designado Gobernador sin experiencia alguna.
En esa misma calle, bastante estrecha, cae un cascote de importante tamaño desde un tejado. Si llega a caer encima de alguien, lo mata, no me cabe duda. Es una muestra más de la falta de mantenimiento de la céntrica Habana Vieja dónde vive la gente más pobre. Pasamos delante de farmacias y carnicerías, dónde no se aplican ningunos de los estándares de higiene de Europa. La carne está expuesta al aire libre, sin protección y los medicamentos se apilan en estanterías de madera. Vemos también una sede de un Comité de Defensa de la Revolución (CDR). Los Comités de Defensa de la Revolución son células vecinales creadas en los años 50 para velar por el triunfo de la Revolución y frenar los intentos de destabilización por parte de individuos o grupos. Muchos críticos lo consideran una especie de policía política. Nada más lejos de la realidad. Son grupos vecinales y ciudadanos que voluntariamente decidieron defender las conquistas de la Revolución. Hoy en día, no tengo muy claro cuál es su función. Al final, entre paseos y alguna que otra compra, como un cuadro artesanal, volvemos a llegar a la famosa Bodeguita del Medio. Ayer estaba más llena, pero hoy parece que se puede entrar, así que decidimos entrar a tomar un mojito. Subimos al piso de arriba, entre las paredes repletas de firmas. Por aquí han pasado Pablo Neruda, Salvador Allende, Julio Cortázar, Ernest Hemingway… Pero no queda rastro de ese espíritu bohemio y exótico que atrajo a estos grandes hombres. Hoy, todo es turístico y caro: ni siquiera el Mojito, poco cargado, mereció la pena. Sí, puedo decir que estuve en la Bodeguita del Medio, que escribí mi nombre en la pared, como todos, pero el ambiente místico que esperaba encontrar sencillamente no estaba.
A apenas cuarenta metros, está el acceso a la Plaza de la Catedral. Nos detenemos unos minutos a observar la plaza y a hacer fotos. Dentro de la catedral, reposaron los restos de Cristóbal Colón antes de ser repatriados a España. Una curiosidad de la catedral es que no es simétrica, porque una de las torres es más ancha que la otra. A parte, en la plaza, hay cubanos vestidos con las prendas tradicionales que por un CUC, posan para la foto. Después de un último paseo por la Habana Vieja, dónde vemos a los niños jugar entre gatos y perros callejeros, y que nos lleva delante del monumento dedicado a los Brigadistas internacionales cubanos que participaron en la Guerra Civil Española (situado irónicamente delante de la ex embajada española franquista, reconocible por la sombra del aguilucho en la fachada), decidimos coger un taxi hasta la plaza de la Revolución.
La plaza de la Revolución impresiona. Es inmensa, interminable, inabarcable. Construida por Fulgencio Baptista en los años 1950, en ella caben un millón de personas. En un extremo de la Plaza, hay una enorme estatua de José Martí, así como una torre gigantesca. Le hacen frente dos espectaculares murales con las caras del Che Guevara y de Camilo Cienfuegos. La plaza está vacía pero no es difícil imaginarse cientos de miles de cubanos escuchando los discursos de Fidel en los primeros meses de la Revolución. Camino hasta el centro de la plaza, y me siento minúsculo, desprotegido ante un espacio tan grande. Leo las dos inscripciones junto a los murales. Al lado del Che Guevara está escrito el ya famoso ‘¡Hasta la Victoria Siempre!’. La inscripción junto a Camilo es más enigmática y mucho menos conocida: ‘Vas bien, Fidel’. La anécdota remonta al triunfo de la Revolución. Cuando Fidel Castro llegó a la Habana el 8 de enero de 1959, tras un recorrido triunfal a lo largo de la isla desde Santiago, decidió que el primer discurso en la capital debía hacerse en el campamento militar en las afueras de la capital. Era un símbolo potente: ahí es donde se habían gestado los dos golpes de Estado de Batista y dónde se hallaba la guarnición más importante de Cuba. Abrirlo a la ciudadanía fue, nunca mejor dicho, revolucionario. Desde ahí, delante de miles de personas, pese a su excelente oratoria, Fidel Castro quedó impresionado. Su discurso empezó tímido, para luego ir cogiendo fuerza. Entonces, Fidel se dio la vuelta en el estrado, y le preguntó a Camilo Cienfuegos: ‘¿Cómo voy, Camilo?’ a lo que él respondió: ‘Vas bien, Fidel’.
La Plaza de la Revolución no está muy lejos de nuestro piso, y entre medias está el cementerio de Colón, otro lugar emblemático dela Habana. Recorremos las calles del Barrio Central y del Vedado, mucho menos concurridas turísticamente, mucho más verdaderas, mucho más caribeñas. Cuando llegamos al cementerio de Colón, este está cerrado. Desde fuera vemos los enormes mausoleos y las tumbas de mármol blanco. Entramos el Vedado, fácilmente reconocible por sus casas coloridas, decoradas con columnas romanas y balcones, todas diferentes. Ahora muchas han perdido color, pero como en casi toda la isla, que parece estar anclada en el pasado, no es difícil imaginarse a la burguesía cubana, desde los terratenientes hasta los amigos del dictador Batista, viviendo aquí entre los 20, los 30, los 40. Esto es puro caribe; un barrio residencial donde lo español y lo americano se mezcla.De repente, en medio del paseo y de las casas antiguas, aparece un edificio que impacta por su modernidad: un hospital. Obviamente, no entramos por dentro, pero fue lo más moderno que vimos a lo largo de todo el viaje.
Llegamos a la Rampa otra vez. Delante de nosotros pasa un autobús cargado de gente y nos envuelve en una nube de humo y polvo. Es otro de los graves problemas que tiene la Habana: la contaminación de los almendrones y los buses es altísima. Son coches antiguos, que expulsan una cantidad de humo ingente que envuelve a la ciudad en una nube de contaminación enorme a una ciudad con muy poco tráfico. Sin embargo, los almendrones son unas auténticas reliquias. Está terminantemente prohibido que salgan de Cuba. Muchísimos coleccionistas están dispuestos a pagar auténticas fortunas por estos coches. No es de extrañar. Hoy hemos estado en dos almendrones. El primero databa de 1951 y el segundo de 1953. En ninguna parte del mundo quedan en circulación coches tan antiguos. Obviamente, todos están arreglados y retocados al infinito. Prácticamente la mayoría sólo tienen la carrocería original, mientras que el resto ha sido arreglado miles de veces. Aun así dejarse conducir en uno de ellos es una sensación indescriptible que uno sólo puede experimentar en Cuba.
Uno de mis deseos en Cuba era poder hablar con la gente y preguntarles. Por desgracia, aunque es lógico, siempre nos movemos por zonas turísticas y es imposible entablar conversaciones. Sin embargo, con lo poco que he visto estos primeros días, puedo sacar ya unas pocas conclusiones. Para empezar, la revolución ha cometido muchos errores que deben ser corregidos. Me extenderé algún día en explicar cuáles son y como afrontarlos. Tengo claro que lo que he visto es solo el día a día diario, pero para hacerse una idea real, muchos más factores deben ser considerados: los hechos históricos, la situación geográfica, la evolución institucional, el demoledor impacto del embargo… Me gustaría también comparar Cuba con otros países del Tercer mundo y del Caribe. Para mí, este ha sido mi primer viaje fuera de Europa y claramente, me ha llamado muchísimo la atención la pobreza. Creo que debo seguir visitando ese tipo de países para poder comparar y ofrecer un veredicto justo. También hoy, tumbado en la cama, he reflexionado sobre la necesidad de saber rectificar. Quién lucha por una sociedad justa, debe admitir los errores cometidos. A partir de ahí, la rectificación es el primer paso para un camino hacia la mejora. En ello estamos.
© Mario Cuenda García